viernes, 27 de marzo de 2009

La Belle Ferronière

La Belle Ferronière fue el nombre de la amante de Francisco I de Francia y el título que se le dio erróneamente a este cuadro. Probablemente la modelo de esta pintura no fue la amante del soberano francés, sino Lucrezia Crivelli, amante de Ludovico Sforza, Duque de Milán.

Tampoco la atribución del cuadro a Leonardo es unánime, aunque está avalada por un buen número de críticos, quienes la relacionan con la serie de retratos milaneses, prinipalmente con el Retrato de un músico y La dama del armiño. El vínculo con éstos está en el corte y en el decidido contraste luminoso que se da entre la figura recortada por la luz sobre el fondo oscuro, que había introducido por aquellas fechas Antonello da Messina, pintor de la corte de Ludovico Sforza.
obra de Leonardo da Vinci (1452-1519)

Los críticos que niegan a Leonardo la paternidad de este cuadro señalan como princpales defectos la insusez de los cintillos y del collar y, sobre todo, el escaso efecto rotatorio de la figura en relación con la de La dama del armiño por ejemplo. Con respecto a Keneth Clark, recuerda que "en la escuela milanesa existía una poderosa tradición según la cual en el retrato se trataba el vestido y las joyas con una rigidez casi heráldica; y algunos detalles de la Belle Ferronière, sobre todo los lazos de los hombros, son de un estilo muy parecido al de Leonardo". El perfecto conocimiento de la estructura del rostro y la belleza de su modelado sólo pueden ser atribuibles en esas fechas a un ya maduro Da Vinci. Aunque el efecto rotaroio no sea tan pronunciado como en La dama del armiño, aquí está determinado por el suave giro de la cabeza respecto de la posición del cuerpo y por la sugestiva mirada que evita la del espectador y lo induce a desplazarse a la derecha para encontrarla. La mirada se clava en un punto determinado fuera del cuadro y no parece que ese punto sea una persona, ni el pintor ni su amante, sino un recuerdo o un deseo que transmite ese halo de misterio que tiene el retrato.

Incluso, como sugiere Ruiz-Domènec, hay en esa mirada de Lucrezia una suerte de desafío femenino no al amante, sino a su rival, la esposa de éste, Beatrice d'Este, "que la contempla con miedo por la simple lógica que se percibe en su mirada" Un desafío y un suspense reafirmados por esa sonrisa que apenas apuntan los labios y que se volverá a encontrar en el más célebre de los cuadros de Leonardo, La Gioconda.


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